El futuro de la industria vitivinícola depende del desarrollo de nuevas variedades de uva, dicen los científicos. Y, esas variedades, pueden obtenerse con ayuda del mapa genético de las uvas.
Las enfermedades que afectan a las vides son una preocupación constante para los productores y es muy probable que se implementen nuevas regulaciones que limiten el uso de tratamientos químicos.
En Estados Unidos, los investigadores crearon los mapas genéticos de más de mil variedades de uva y confían que esta información sirva para desarrollar aquellas variedades más resistentes a las enfermedades.
Las distintas uvas de las que se obtiene el vino que nos gusta beber -merlot, chardonnay, semillon y riesling, entre otras- fueron desarrolladas a partir de una especie, la Vitis vinifera vinifera.
Se estima que ésta fue “domesticada” hace unos cinco mil años, en -o alrededor de- lo que hoy es Turquía.
Desde entonces, se ha convertido en el producto básico para la elaboración del vino en lugares tan lejanos como Australia, Chile, EE.UU. y Sudáfrica.
La Vinifera fue mejorada en cientos de variedades, pero las uvas siguen siendo parte de la misma especie, con la que se han hecho algunas hibridaciones entre diferentes variedades.
Restricciones al uso de fungicidas
Así como las uvas viajaron desde las costas de Europa hacia el resto del mundo, las enfermedades se trasladaron en dirección contraria.
El oídio, una enfermedad provocada por un hongo que afecta a una gran variedad de plantas, evolucionó en América del Norte.
Las uvas Vinífera no tienen una resistencia natural a esta enfermedad y, en Australia, por dar un ejemplo, la lucha contra u diseminación tiene un costo estimado de US$100 millones por año (monto que se gasta en proteger la cosecha con fungicidas).
El 70% de los fungicidas que se utilizan en la agricultura en EE.UU. están destinados a la protección de los viñedos.
Pero como la Unión Europea -que aún produce el 70% de los vinos del mundo- quiere mejorar el impacto ambiental del sector agrícola, está tratando de reducir el uso de estas sustancias químicas.
Una de las propuestas de la UE consiste en poner serias limitaciones al uso de estos productos en “cultivos no esenciales” a partir de 2013.
Para ahorrar tiempo y dinero
Científicos de varias instituciones han tratado de desarrollar nuevas variedades de uvas que son inmunes a las infecciones, ya sea a través de la hibridación con especies resistentes o manipulando los genes que hacen a las plantas susceptibles a las infecciones.
El problema es que los métodos de hibridación son costosos y trabajosos.
Primero, las plantas tienen que crecer durante tres o cuatro años hasta que den frutos.
Luego hay que hacer el vino, probarlo y evaluar si se puede hacer algo. Y, en caso de que se pueda, no hay garantía de que a la gente le vaya a gustar más que las variedades a las que está acostumbrada.
El equipo de investigadores de la Universidad de Stanford, en colaboración con científicos de la Universidad de Cornell, ambas en el Reino Unido, creó el mapa genético de más de 1000 variedades de uva, que vinculan la presencia de marcadores genéticos (secuencias de ADN) con características tales como la acidez, el contenido de azúcar o la resistencia a las enfermedades.
“Si conoces los marcadores genéticos asociados con estas características, los puedes transplantar cuando son semillas, mirar su ADN apenas aparecen las primeras hojas y decir, por ejemplo, ‘nos quedamos con estas cinco porque sabemos que sus perfiles genéticos están asociados con las características que nos interesan’”, le dijo a la BBC Sean Myles, autor principal del estudio.
“Esto permite ahorrar una enorme cantidad de tiempo y dinero”.
Si bien diversos factores comerciales han hecho de la producción vinícola una profesión conservadora, se deben hacer cambios, aseguró Myles.
“No podemos seguir usando las mismas variedades en los próximos mil años”, añadió.
La buena noticia es que a mayor experimentación, más variedad de vinos.
Fuente: BBC.